martes, 19 de agosto de 2014

Poema de Alejandro Céspedes / a Muhsin Al-Ramli

La subversiva libertad del títere
Al poeta Muhsin Al-Ramli, que me regaló
el primer verso al hablar de Bagdad.
ALEJANDRO CÉSPEDES
 Quiere El Depredador que no despierten los intangibles que clavan sus preguntas y contienen el virus del insomnio. Quién puede amordazar los sueños de una marioneta cuando un murmullo excava galerías por dentro de sus hilos.
Pero el títere todavía sigue haciendo su trabajo.
Un puño se hace fuerte en su garganta.
Las cuerdas que le mueven los párpados por dentro.              
El ojo omnipresente del Ventrílocuo rellenando los huecos de sus ojos.
Para El Titiritero el mundo aún está en orden.
Un guiñol se contempla a sí mismo en un espejo. En ese breve instante de conciencia percibe que otros seres de existencia igual de efímera se articulan debajo una estatua.
Cuántas vidas es necesario tener para satisfacer a los raptores. Vuelve El Depredador. La mano muerta mueve su cuerpo muerto con los hilos.
Todo lo inútil se hace necesario, lo prescindible unánime, lo ornamental sublime.
El títere aún no ha decidido olvidar lo que sabe: aprender el movimiento de quien se ha caído.
La mano del Ventrílocuo sigue embarullando la trama de los hilos. La voz unánime suplanta esos espacios de utopía.
La exactitud ofrece entre las manos su veneno.
En todo lo que el muñeco admita como cierto se despierta un policía.
Tendrán que colisionar los átomos de odio y los hijos de los caballos
de madera pisar el acelerador de sus partículas, aprender a convivir
con el desasosiego y con el vértigo de saberse una estirpe finita.
Entonces, con un cúter mellado, tratará de que sean limpios los cortes en los tallos de las flores donde maduran los hijos de la ira. Y mientras corta
soñará que sus hilos provienen de los árboles con los que se fabrican caballos de madera. Y mientras corta pensará lo mismo que los árboles. A partir del instante en el que caiga rellenará el vacío de su hueco con círculos concéntricos para no olvidar nunca más su crecimiento.
Ya sueña. A galopar, a galopar, hasta enterrar a aquel que le refuta o le define.
Acomodarse no.
Toda ruina contiene la interrogación de otro edificio. Y mientras corta, la marioneta se ve a sí misma levantando las manos hasta la altura máxima.
Y las deja caer. Con la fuerza que da la gravedad de una conciencia que se sabe atada. Sin temer a la sangre. Una vez. Todas las siete veces siete que hagan falta hasta que lo heterogéneo respire en lo anaerobio de la propia coincidencia.
Bombas inteligentes reflexionan también sobre el olvido. Así nacerá el descrédito de la mutilación de los cadáveres.
Todo es colateral en la dispersión de una metralla que avisa silencio y amenaza miedo.
Sobre la consistencia de la luz surgen ampollas. Bajo el lenguaje del Ventrílocuo hay topos construyendo las columnas vacías de sus casas. El compás, mientras gira, crea la anilla de una granada de mano.
Los hilos se deshacen con la tozuda lentitud de la gangrena.
Los índices del títere aspiran a dejar de ser flechas cansadas. Quieren ir más allá. Detrás de la alambrada. Donde van a anidar los sueños de los lobos.
Una vez que se ha proscrito la esperanza, única condición: no hacer rehenes. El toro que va a morir busca la sombra.
Ninguna visión resulta ingenua.
En esa hostilidad de la conciencia a ser domesticada reside la grandeza de su enigma. Es tiempo de correr paralelos a las balas, de una necesidad que atirante la vibración del arco, de un nexo razonable que numere y ordene las ubres de la historia.
Se necesitan verbos para conjugar la curvatura de los presentimientos y para hacer vibrar los ángulos que dan forma a la utopía. Sobre los palimpsestos la palabra utopía borrada siete veces y siete veces siete reaparece la abreviatura de lo que se ha soñado y el recuerdo de lo que no ha ocurrido todavía.
Ahora El Títere lo sabe. Algunos recuerdos son premonitorios.
Así lo despreciable se conjuga. La raíz de la zarza en su genealogía, la aspereza que da el conocimiento, el hambre insatisfecha de lo lúcido, unos ojos capaces de observar que delante de sí sus propias pisadas inician un camino… esas formas verbales le convencen: un muñeco sin hilos es una piedra que flota sobre el agua.
Millones de cadáveres se pudren en el mundo.
Uno de los tres monos sabios se atraganta en la respuesta. A galopar, a galopar. El que está voluntariamente sordo verifica el estruendo del rayo que no cesa. Aquel de los tres que al abrir los ojos sólo vea las palmas de sus manos descubrirá que ese es el territorio donde el viento del pueblo esparce la caucasiana tiza de los círculos y desprende los Hilos que retienen a Cual.
Los tres escuchan el golpe.
El cuerpo de La Estatua corta el aire. Vertical 
                                                                            cae
                                                                       a plomo.
El casquillo de una bala que por fin ha encontrado su destino rebota contra el suelo siete veces. El huésped que la acoge sólo una.
La muerte, al ir leyendo el libro de la vida, recrea personajes
de ambos bandos.
De un cuerpo que se pudre en la cuneta unas manos extendidas reclaman la tristeza del muñeco.
Ahora El Títere con sus propios hilos maneja una cometa. Sus ojos ya no reflejan la mirada de quien no comprende por qué muere.
Mientras sueña recuerda:
lo primero que se le cae a un esqueleto son sus alas.
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*Publicado en la antología:
 
En legítima defensa
Poetas en tiempos de crisis
Prólogo de Antonio Gamoneda
Coordinación literaria: Manuel Rico
Bartleby Editores, Madrid 2014 (2ª Edición)
قصيدة للشاعر الأسباني آليخاندرو ثيسبيديس مهداة إلى الشاعر محسن الرملي، ومنشورة ضمن كتاب (في حق الدفاع المشروع، شعراء في زمن الأزمة) والذي يضم نصوصاً لأكثر من 230 شاعر باللغة الاسبانية وصدرت طبعته الثانية في مدريد 2014
 

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