La subversiva libertad del títere
Al poeta
Muhsin Al-Ramli, que me regaló
el primer
verso al hablar de Bagdad.
ALEJANDRO CÉSPEDES
Quiere El
Depredador que no despierten los intangibles que clavan sus preguntas y
contienen el virus del insomnio. Quién puede amordazar los sueños de una
marioneta cuando un murmullo excava galerías por dentro de sus hilos.
Pero el títere todavía sigue haciendo su
trabajo.
Un puño se hace fuerte en su garganta.
Las cuerdas que le mueven los párpados por
dentro.
El ojo omnipresente del Ventrílocuo rellenando
los huecos de sus ojos.
Para El Titiritero el mundo aún está en orden.
Un guiñol se contempla a sí mismo en un
espejo. En ese breve instante de conciencia percibe que otros seres de existencia
igual de efímera se articulan debajo una estatua.
Cuántas vidas es necesario tener para
satisfacer a los raptores. Vuelve El Depredador. La mano muerta mueve su cuerpo
muerto con los hilos.
Todo lo inútil se hace necesario, lo
prescindible unánime, lo ornamental sublime.
El títere aún no ha decidido olvidar lo que
sabe: aprender el movimiento de quien se ha caído.
La mano del Ventrílocuo sigue embarullando la
trama de los hilos. La voz unánime suplanta esos espacios de utopía.
La exactitud ofrece entre las manos su veneno.
En todo lo que el muñeco admita como cierto se
despierta un policía.
Tendrán que colisionar los átomos de odio y
los hijos de los caballos
de madera pisar el acelerador de sus
partículas, aprender a convivir
con el desasosiego y con el vértigo de saberse
una estirpe finita.
Entonces, con un cúter mellado, tratará de que
sean limpios los cortes en los tallos de las flores donde maduran los hijos de
la ira. Y mientras corta
soñará que sus hilos provienen de los árboles
con los que se fabrican caballos de madera. Y mientras corta pensará lo mismo
que los árboles. A partir del instante en el que caiga rellenará el vacío de su
hueco con círculos concéntricos para no olvidar nunca más su crecimiento.
Ya sueña. A galopar, a galopar, hasta enterrar
a aquel que le refuta o le define.
Acomodarse no.
Toda ruina contiene la interrogación de otro
edificio. Y mientras corta, la marioneta se ve a sí misma levantando las manos
hasta la altura máxima.
Y las deja caer. Con la fuerza que da la
gravedad de una conciencia que se sabe atada. Sin temer a la sangre. Una vez.
Todas las siete veces siete que hagan falta hasta que lo heterogéneo respire en
lo anaerobio de la propia coincidencia.
Bombas inteligentes reflexionan también sobre
el olvido. Así nacerá el descrédito de la mutilación de los cadáveres.
Todo es colateral en la dispersión de una
metralla que avisa silencio y amenaza miedo.
Sobre la consistencia de la luz surgen
ampollas. Bajo el lenguaje del Ventrílocuo hay topos construyendo las columnas
vacías de sus casas. El compás, mientras gira, crea la anilla de una granada de
mano.
Los hilos se deshacen con la tozuda lentitud
de la gangrena.
Los índices del títere aspiran a dejar de ser
flechas cansadas. Quieren ir más allá. Detrás de la alambrada. Donde van a
anidar los sueños de los lobos.
Una vez que se ha proscrito la esperanza,
única condición: no hacer rehenes. El toro que va a morir busca la sombra.
Ninguna visión resulta ingenua.
En esa hostilidad de la conciencia a ser
domesticada reside la grandeza de su enigma. Es tiempo de correr paralelos a
las balas, de una necesidad que atirante la vibración del arco, de un nexo
razonable que numere y ordene las ubres de la historia.
Se necesitan verbos para conjugar la curvatura
de los presentimientos y para hacer vibrar los ángulos que dan forma a la
utopía. Sobre los palimpsestos la palabra utopía borrada siete veces y siete
veces siete reaparece la abreviatura de lo que se ha soñado y el recuerdo de lo
que no ha ocurrido todavía.
Ahora El Títere lo sabe. Algunos recuerdos son
premonitorios.
Así lo despreciable se conjuga. La raíz de la
zarza en su genealogía, la aspereza que da el conocimiento, el hambre
insatisfecha de lo lúcido, unos ojos capaces de observar que delante de sí sus
propias pisadas inician un camino… esas formas verbales le convencen: un muñeco
sin hilos es una piedra que flota sobre el agua.
Millones de cadáveres
se pudren en el mundo.
Uno de los tres monos sabios se atraganta en
la respuesta. A galopar, a galopar. El que está voluntariamente sordo verifica
el estruendo del rayo que no cesa. Aquel de los tres que al abrir los ojos sólo
vea las palmas de sus manos descubrirá que ese es el territorio donde el viento
del pueblo esparce la caucasiana tiza de los círculos y desprende los Hilos que
retienen a Cual.
Los tres escuchan el golpe.
El cuerpo de La Estatua corta el aire.
Vertical
cae
a plomo.
El casquillo de una bala que por fin ha
encontrado su destino rebota contra el suelo siete veces. El huésped que la
acoge sólo una.
La muerte, al ir leyendo el libro de la vida,
recrea personajes
de ambos bandos.
De un cuerpo que se pudre en la cuneta unas
manos extendidas reclaman la tristeza del muñeco.
Ahora El Títere con sus propios hilos maneja
una cometa. Sus ojos ya no reflejan la mirada de quien no comprende por qué
muere.
Mientras sueña recuerda:
lo primero que se le cae a un esqueleto son
sus alas.
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*Publicado en la antología:
En legítima defensa
Poetas en tiempos de crisis
Prólogo de Antonio Gamoneda
Coordinación literaria: Manuel Rico
Bartleby Editores, Madrid 2014 (2ª Edición)
Poetas en tiempos de crisis
Prólogo de Antonio Gamoneda
Coordinación literaria: Manuel Rico
Bartleby Editores, Madrid 2014 (2ª Edición)
قصيدة
للشاعر الأسباني آليخاندرو ثيسبيديس مهداة إلى الشاعر محسن الرملي، ومنشورة ضمن
كتاب (في حق الدفاع المشروع، شعراء في زمن الأزمة) والذي يضم نصوصاً لأكثر من 230
شاعر باللغة الاسبانية وصدرت طبعته الثانية في مدريد 2014
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