Muhsin Al-Ramli
Desde la primera salida de Don Quijote montando a su caballo Rocinante hasta hoy, este caballo flaco, bueno y bello ha llevado durante siglos, y seguirá haciéndolo, a miles de personas hacia sus sueños, y yo soy una de esas personas. Pero la diferencia entre Don Quijote y yo es que él busca los lugares donde puede realizar sus hazañas y encontrar batallas, mientras yo busco lugares de paz por el simple hecho de que he nacido en una tierra que no ha vivido nunca, desde su existencia, diez años seguidos sin una guerra. Así, cada uno busca lo que le falta, como dijo Bernard Shaw. Y Rocinante, como es bueno y mágico, lleva a cada uno al lugar que quiere.
Desde mi primera lectura del Quijote en mi adolescencia, Rocinante no me falló, porque me ayudó a confiar en mis sueños, fuesen como fuesen, y me prometió llevarme hacia ellos. De hecho, en esta ocasión me trajo a una tierra donde lo más destacado que reina en ella es la paz, hasta el punto de que estando en ella siempre tuve la sensación de que podía tocar la paz con mis manos, como una cosa física, y tratarla como a un ser vivo. Rocinante me llevó a Luxemburgo pasando por España, su tierra natal, dónde estudié a fondo y con detalles la gran obra de Cervantes, conociendo estrechamente al brillante caballero Don Quijote. Así, cuando hablé en Luxemburgo sobre mis grandes caballeros, Don Quijote de La Mancha y Mahoma de Arabia, la paz que estaba respirando en el aire de esta ciudad me alejó de hablar de sus armas y de sus batallas y me inspiró a hablar de otros aspectos, de su caballerismo, de sus caras más humanas, y, en especial, de sus tratos a las mujeres, dónde el primero se pone de rodillas delante de cualquier mujer, dirigiendo a ella sus mejores palabras de respeto y su mejor poesía, y el segundo, hasta el ultimo día de su vida y durante su agonía, estuvo llamando al respeto y al mejor trato a las mujeres, describiéndolas, por sus delicadeza, como unos frascos finos de perfumes.
Una de las maravillosas mujeres que he conocido en mi vida es mi amiga Concha, una andaluza y otra enamorada de Luxemburgo, que me acompañó en una larga y fantástica peregrinación en esta ciudad, que ella conoce como la palma de su mano porque vivió aquí varios años de su vida, y a la que sigue volviendo frecuentemente porque tiene en ella muchos y buenos recuerdos, y amistad con sus gente, árboles, aves, cafeterías, librerías, callejones, farolas, nubes y aire. Concha me enseñó la casa que hubiera querido tener, que está en el valle, vecina del murmullo del agua. Con Concha vi o, mejor dicho, sentí Luxemburgo.
En esta ciudad de paz vive y convive casi todo: lo histórico con lo contemporáneo, lo natural con lo industrial y lo real con lo ficticio. La tolerancia y la ternura de Luxemburgo la han transformado y convertido en una casa grande de una sola familia o en una madre que reúne entre sus brazos la variedad de sus hijos. En ella conviven la multitud de la geografía, la historia, la política, la cultura y las razas, los colores y los idiomas, y no es algo sorprendente que cualquier persona que la visita se encuentre con un paisano suyo. En esta ciudad no te pierdes, pero no porque sea pequeña de dimensión, sino porque tienes la sensación de que has vivido toda tu vida aquí y de que puedes dominarla.
En el hostal donde me alojaba la mayoría de los huéspedes eran novios de varias nacionalidades del mundo, que fueron a pasar su luna de miel a Luxemburgo, y con razón, porque esta ciudad, la mires por dónde la mires, parece una postal romántica. En ella, en pocos días te familiarizas con las calles, los árboles y con las caras. De hecho, en sólo tres días, ya conocía a los vendedores de prensa, vendedores de queso y de flores, a los taxista, a los encargados de la música en las discotecas y a los camareros, porque esta ciudad es como un pueblo que presume de ser una ciudad y a la vez una ciudad que presume de ser un pueblo. Aquí el ser humano se fraterniza con las nubes, la lluvia y la nieve. Aquí se aprecia más las salidas del sol y de la luna. Aquí todo te da confianza y te parece sano. Aquí comí paella y bailé flamenco en la casa de mis amigos españoles, bajo el retrato y los versos de Machado. Aquí hay ambiente humano, hay tranquilidad y paz, paz y paz.
Gracias Rocinante por llevarme a ver un sueño de cuya existencia dudaba antes. Sigo pensando que Luxemburgo es un sueño. De hecho es el único lugar que he visitado sin sacarle ninguna foto, a pesar de que llevé mi cámara conmigo durante todo el tiempo. Me dieron, además, ganas de escribir un poema dedicado a él y si no lo he hecho todavía es, quizás, porque Luxemburgo en sí es una foto bella y es un poema, quizás porque en el fondo no quiero poner limites a este sueño o enjaularlo de cualquier forma y porque deseo que siga siendo para mí como algo imaginario, un sueño al que aspiro algún día visitar de nuevo o a vivir en él, ya que me pareció ideal para un escritor, porque todo lo que hay en él te acerca a ti mismo y te da el tiempo suficiente y el ambiente adecuado para estar con uno mismo, tranquilamente. Y si sueño con algo para mi pueblo, en Irak, o para todo Irak, es que algún día sea algo muy parecido a lo que es Luxemburgo, especialmente en su disfrute de la paz.
Como muchos de los escritores, siempre soñé con tener un hogar pequeño, en un poblado pequeño, tranquilo y bonito. Algo así como una isla o un pueblo a la orilla de un río o cerca del mar, donde haya ambiente verde y cafeterías modernas. Algo que ahora sí puedo describir e incluso nombrarlo, Luxemburgo. Desde mi viaje a Luxemburgo me pregunto cada día: ¿cuándo tendré la oportunidad de vivir una temporada en ella para poder escribir todo lo que quiero escribir y que está aplazado? ¿Cuándo me llevarás Rocinante otra vez a mi sueño, a Luxemburgo?
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