viernes, 25 de junio de 2021

Os Jardins do Presidente, de Muhsin Al-Ramli

 

Os Jardins do Presidente, de Muhsin Al-Ramli

CRISTINA MENDONÇA

Os Jardins do Presidente, publicado pela Topseller, entrou na longlist do International Prize for Arabic Fiction, conhecido como o «Booker árabe»

Muhsin Al-Ramli nasceu em 1967, numa aldeia do norte do Iraque. É romancista, poeta, dramaturgo, académico e tradutor. Os Jardins do Presidente, publicado pela Topseller, entrou na longlist do International Prize for Arabic Fiction, conhecido como o «Booker árabe». Vive em Madrid desde 1995.

«Um romance extraordinário passado no Iraque de Saddam Hussein, que traz à memória Cem Anos de Solidão e O Menino de Cabul»… Com esta frase intenta-se seduzir o leitor a entrar neste mundo fabuloso que, de início, evoca realmente a atmosfera de Macondo ou o imaginário do realismo mágico latino-americano: veja-se, por exemplo, o caso de Isma’il que em rapaz cortou a língua de um bode e desde então perde a voz, até que anos depois as palavras que lhe saem num grito coincidem com o momento em que «reza a história antiga, (…) uma estranha massa amorfa com um corpo gigante e uma cabeça minúscula chamada América atravessou os mares e ocupou um país chamado Iraque» (p. 8)

A primeira frase do romance é, aliás, tão emblemática como o início da obra-prima de García Márquez: «Num país onde não havia bananas, ao terceiro dia do Ramadão, a aldeia deparou-se, ao acordar, com nove caixas de bananas, cada qual contendo a cabeça degolada de um dos seus filhos.» (p. 7). Todavia Os Jardins do Presidente, de Muhsin Al-Ramli, é uma narrativa que rapidamente se distancia de tudo e ganha vida própria.

Tariq, Abdullah Kafka e Ibrahim nascem em 1959, em meses seguidos, e desde logo se tornam inseparáveis. Até que a guerra contra o Irão deflagra (e dura 8 anos), e Abdullah é preso pelas forças iranianas em 1982. Em 1990, o Iraque invade o Kuwait. A guerra torna-se o estado natural das coisas e «quanto mais se adentravam no deserto (…) mais mergulhavam na guerra» (p. 59). Em 1991, as forças aliadas desencadeiam o ataque terrestre a partir das areias da Arábia Saudita:

«O deserto, que se vira abandonado durante séculos, foi transformado num mar de ferro e fogo. O cenário era nada menos que apocalíptico, demonstrando o poder que aquela pequena criatura, o homem, conseguira alcançar, capaz de transformar a face da natureza de forma aterradora e esmagadora.» (p. 62)

Nas primeiras 200 páginas temos uma narrativa intrincada repletos horrores da guerra, mas sobretudo de histórias que se cruzam. Todas as personagens têm a sua história, sempre contada na primeira pessoa, como é o caso de Ibrahim que procura deixar o seu legado à sua filha Qisma (significa destino), vendo-a como a extensão natural da sua história. O romance passa depois a uma segunda parte, no que parece uma estrutura desarmoniosa, mas conforme prosseguimos percebemos como se fecha o círculo deste mundo, tanto que o penúltimo capítulo é um eco do primeiro, voltando à frase de abertura do romance. É quando Ibrahim se muda para a cidade de Bagdad que o romance ganha outro fôlego. Como funcionário nos jardins de um dos vários palácios do Presidente, Ibrahim é supervisionado por Sa’ad, que ao longo de várias páginas, descreve a opulência dos “palácios do povo”, em descrições hiperbólicas ao estilo dos contos das Mil e Uma Noites. A única vez em que Ibrahim avista o Presidente no jardim é justamente quando ele assassina um músico emblemático do país. O próprio nome de Saddam Hussein, ao jeito do realismo mágico, nunca é mencionado; quando Qisma dá o nome do líder ao filho, Ibrahim recusa-se terminantemente a chamá-lo pelo nome.

Ibrahim é depois promovido de jardineiro a coveiro, enterrando milhares de corpos sem nome, «vítimas de um reinado impiedoso de terror», nos jardins do Presidente…

*(Artigo publicado no Caderno Cultura.Sul de novembro)

https://postal.pt/papel/2019-11-07-Os-Jardins-do-Presidente-de-Muhsin-Al-Ramli

domingo, 20 de junio de 2021

Al-Ghassani: el poeta que vino con el fuego Kirkuk. por: Carlos Villalobos عن أنور الغشاني

 

Al-Ghassani: el poeta que vino con el fuego Kirkuk

Por Carlos Manuel Villalobos

Junio, 2021

 

A Muhsin Al-Ramli

 

Hablaba despacio, con el acento inconfundible de los herederos de Babilonia y la mirada serena de los que tienen en el espíritu la antigua sabiduría de los sufíes.  Su pelo largo y blanco, la barba tupida y la espesura de las cejas, lo hacían parecer más bien un mago o una suerte de alquimista errante.

 

Confieso que cuando entré al aula no me pareció creíble que este hombre fuera el profesor que me daría el curso de Nuevas tecnologías de la comunicación.  No sé, esperaba un informático o un periodista de porte más joven y no ese hombre que hablaba con dificultad el castellano. ¿De dónde había sacado mi universidad este docente? Mis estereotipos mordieron el polvo en cuanto nos entregó el ambicioso programa. Las lecturas eran numerosas y actualizadas. Supe que estaba frente a un lobo astuto que sabía muy bien cómo poner en jaque a sus jóvenes alumnos.


Se llamaba Anwar Al-Ghassani Thair y era un viejo periodista iraquí que había parado en Costa Rica gracias a su vínculo conyugal con una mujer de origen tico. Se había graduado en la Universidad de Leipzig, Alemania, como doctor en Periodismo con énfasis en Ciencias Políticas y como buen descendiente de la genética de Babel, entre otras lenguas, hablaba árabe, curdo, turcomano, inglés, alemán y español.

 

En 1963, mientras estudiaba pintura en la Universidad de Bagdad fue torturado y estuvo en prisión durante ocho meses. En 1966 de nuevo fue detenido y privado de sus derechos. Estas circunstancias lo obligaron a abandonar para siempre su tierra natal. Con la llegada al poder de Saddan Hussein las posibilidades de retorno se volvieron prácticamente nulas. 

Al-Ghassani nunca regresó a las tierras de su antigua Babilonia. No pudo reencontrarse con su natal Qalat Salih y tampoco con la famosa Kirkuk de linaje sumerio acadio, la provincia donde creció. Lo más cerca que estuvo del mundo árabe fue en Argelia, donde vivió varios años, hasta que en 1984 se radicó definitivamente en América Latina. 

 

En 1999, la Universidad de Costa Rica me contrató como docente. Entonces Anwar dejó de ser el “profe de tecnologías” y se convirtió en mi colega. Fue un nuevo privilegio.  La relación se transformó en una amistad mediada por la pasión literaria que nos unía. Cuando hablaba de su obra y me compartía sus poemas, el fuego eterno de Baba Gurgur le iluminaba el rostro. No había ninguna duda. Él era la continuación de aquella hoguera de Kirkuk que tiene más de cuatro mil años y el heredero de la escritura cuneiforme con sus más de cinco milenios de antigüedad. No en vano, los poetas de Irak bien podrían llenar por sí solos la enorme biblioteca de Alejandría. 

 

El 2005 fue para Al-Ghassani el año de la realización como poeta en el mundo hispano. El Festival Internacional de Poesía de Costa Rica le dio un lugar como invitado especial. Luego asistió al más importante de los encuentros literarios de América Latina: El Festival Internacional de Poesía de Medellín en Colombia. Lo invadió la euforia. Comprendió que su nombre de poeta ahora también podría trascender más allá del Oriente Medio. Atrás quedaron sus poemas en árabe, alemán e inglés. Ahora la lengua del poeta era el castellano, la última que le dio Babel. 

 

Junto con poetas iraquíes como Moayad al-Rawi, Fadhilal-Azzawi, Sorgon Bulus, Al-Ghassani y Salah Faik, figura como uno de los fundadores el Grupo literario de Kirkuk. La agrupación surgió en los años 50 y es considerada como una de los más influyentes en la poesía árabe actual. Además de lo estético, se suma la persecución que tuvieron sus integrantes. Fueron tachados de rebeldes y reprimidos por el sistema político. 

 

Pero la desbandada de los escritores iraquíes no solo tocó a los jóvenes que provenían de Kirkuk. Poetas de diferentes generaciones también tuvieron que emigrar. Es el caso de Abdal-Wahab al-Bayati (1926-1999) quien falleció en Siria. Otros escritores no consiguieron escapar a tiempo, como es el caso Hassan Mutlak (1961-1990), quien falleció sentenciado a la horca por el régimen de Hussein. Su hermano Muhsin Al-Ramli (1967), también escritor, actualmente vive exiliado en España y es un destacado hispanista que se ha ocupado de divulgar la obra no solo de Mutlak sino de otros autores de su país y del mundo árabe. 

Muhsin Al-Ramli visitó Costa Rica en el año 2013 en el marco del Festival Internación de poesía. Le hubiera gustado que Anwar estuviera vivo, pero el poeta rebelde de Kirkuk había fallecido el 25 de julio de 2009. Al menos tuvo la oportunidad de honrar su memoria a la orilla de la tumba.

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*Publicado en Quira Medios, en junio 2021, edición 61 Bogotá

https://www.quira-medios.com/al-ghassani/ 

                          Carlos Villalobos y Muhsin Al-Ramli

Os Jardins do Presidente, de Muhsin Al-Ramli

 

Os Jardins do Presidente

de Muhsin Al-Ramli

Palavras Sublinhadas

20/6/2021

Muhsin Al-Ramli nasceu em 1967, numa aldeia do norte do Iraque. É romancista, poeta, dramaturgo, académico e tradutor. Os Jardins do Presidente, publicado pela Topseller, entrou na longlist do International Prize for Arabic Fiction, conhecido como o «Booker árabe». Vive em Madrid desde 1995. «Um romance extraordinário passado no Iraque de Saddam Hussein, que traz à memória Cem Anos de Solidão e O Menino de Cabul»… Com esta frase intenta-se seduzir o leitor a entrar neste mundo fabuloso que, de início, evoca realmente a atmosfera de Macondo ou o imaginário do realismo mágico latino-americano: veja-se, por exemplo, o caso de Isma’il que em rapaz cortou a língua de um bode e desde então perde a voz, até que anos depois as palavras que lhe saem num grito coincidem com o momento em que «reza a história antiga, (…) uma estranha massa amorfa com um corpo gigante e uma cabeça minúscula chamada América atravessou os mares e ocupou um país chamado Iraque» (p. 8) A primeira frase do romance é, aliás, tão emblemática como o início da obra-prima de García Márquez: «Num país onde não havia bananas, ao terceiro dia do Ramadão, a aldeia deparou-se, ao acordar, com nove caixas de bananas, cada qual contendo a cabeça degolada de um dos seus filhos.» (p. 7). Todavia Os Jardins do Presidente, de Muhsin Al-Ramli, é uma narrativa que rapidamente se distancia de tudo e ganha vida própria. Tariq, Abdullah Kafka e Ibrahim nascem em 1959, em meses seguidos, e desde logo se tornam inseparáveis. Até que a guerra contra o Irão deflagra (e dura 8 anos), e Abdullah é preso pelas forças iranianas em 1982. Em 1990, o Iraque invade o Kuwait. A guerra torna-se o estado natural das coisas e «quanto mais se adentravam no deserto (…) mais mergulhavam na guerra» (p. 59). Em 1991, as forças aliadas desencadeiam o ataque terrestre a partir das areias da Arábia Saudita: «O deserto, que se vira abandonado durante séculos, foi transformado num mar de ferro e fogo. O cenário era nada menos que apocalíptico, demonstrando o poder que aquela pequena criatura, o homem, conseguira alcançar, capaz de transformar a face da natureza de forma aterradora e esmagadora.» (p. 62) Nas primeiras 200 páginas temos uma narrativa intrincada repletos horrores da guerra, mas sobretudo de histórias que se cruzam. Todas as personagens têm a sua história, sempre contada na primeira pessoa, como é o caso de Ibrahim que procura deixar o seu legado à sua filha Qisma (significa destino), vendo-a como a extensão natural da sua história. O romance passa depois a uma segunda parte, no que parece uma estrutura desarmoniosa, mas conforme prosseguimos percebemos como se fecha o círculo deste mundo, tanto que o penúltimo capítulo é um eco do primeiro, voltando à frase de abertura do romance. É quando Ibrahim se muda para a cidade de Bagdad que o romance ganha outro fôlego. Como funcionário nos jardins de um dos vários palácios do Presidente, Ibrahim é supervisionado por Sa’ad, que ao longo de várias páginas, descreve a opulência dos “palácios do povo”, em descrições hiperbólicas ao estilo dos contos das Mil e Uma Noites. A única vez em que Ibrahim avista o Presidente no jardim é justamente quando ele assassina um músico emblemático do país. O próprio nome de Saddam Hussein, ao jeito do realismo mágico, nunca é mencionado; quando Qisma dá o nome do líder ao filho, Ibrahim recusase terminantemente a chamá-lo pelo nome. Ibrahim é depois promovido de jardineiro a coveiro, enterrando milhares de corpos sem nome, «vítimas de um reinado impiedoso de terror», nos jardins do Presidente…

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