Alberto Mrteh
“El
poeta se ocupa del mal. Su papel consiste en ver la belleza que en él reside”
Jean Genet
En un país sin platanares, los habitantes
del pueblo se despertaron con el hallazgo de nueve cajas para transportar
plátanos. En cada una de ellas estaban depositados la cabeza de uno de sus
hijos y el documento que lo identificaba…
Cuando Muhsin Al-Ramli se enteró de la muerte de sus
familiares y vecinos de semejante forma, esperó encontrar los detalles de tal
atrocidad en los periódicos que lee por internet desde su exilio
madrileño. Pero esos muertos nunca aparecieron en la
prensa. Al dolor de la pérdida se unió una rabia insoportable que le
recordaba que lo no escrito es como si no existiera. Y así se vio empujado a
escribir él mismo esta historia, que comienza con este arranque tenebroso y
deslumbrante al tiempo. Muhsin Al-Ramli quería gritar y
su alarido es Los jardines del
presidente.
Esos
cuerpos decapitados son el reflejo de un Irak desmembrado por las guerras, la
tiranía, el embargo y la ocupación. Nos cuenta así Al-Ramli la Historia del
país a través de las historias de seres humanos a los que acompañamos en sus
sufrimientos. El individuo desaparece en el grupo ya que las
situaciones anormales despiertan el lado salvaje del hombre. Se
suceden entonces mártires, prisioneros y perdidos, pero también viudas y
huérfanos, descubriéndonos además el impacto que la guerra genera lejos del
campo de batalla.
Los
jardines del presidente es
sin embargo un libro de contrastes que trenza el horror con la belleza e
incluso con el humor. Frente a la tragedia brilla
como la luna llena un hermoso canto a la amistad y a la familia. Los
tres amigos protagonistas, hijos de la grieta de la tierra, aprenden a valorar
cualquier abrazo fraternal y, cuando todo se desmorona, la familia es lo que se
mantiene y nos ayuda a permanecer en pie. En la búsqueda de la belleza dentro
del propio mal, Al-Ramli descubre a Ibrahim, empeñado en dar sepultura digna a
los asesinados por Su Excelencia y en tomar nota de quiénes eran (lo que no se escribe no existe) en un acto valiente,
prácticamente heroico, realizado por un personaje que parecía derrotado por su
suerte y su destino.
Hay en la novela un cervantino uso de los nombres, donde los apodos nos descubren la personalidad de los personajes y además sorprende con un rocambolesco juego de coincidencias y confusiones que permite salvar la vida de Ibrahim y dulcificar una muerte al confundir la luna con su querido Qamar, luna en árabe. Y, por encima de estos aliviadores milagros, está la firme voluntad de no nombrar a Su Excelencia para no contaminar la novela con su presencia.
Dice
Al-Ramli que la vanguardia de una cultura es la imaginación, pero que la
literatura iraquí apenas está relatando sus propias vivencias. Sin embargo, nos
permite vislumbrar algunos destellos del ingenio de los iraquíes, primero con
los diferentes rumores sobre el paradero de Yalal y luego con las creativas
predicciones de las pitonisas.
Ibrahim
descabezado es Irak desmembrado, y la voluntad final de encontrar su cuerpo es
la voluntad del pueblo por recomponer el país. Ibrahim
es Irak e Ibrahim quedará en la memoria de la gente a la que conoció.
Como buen discípulo de Sherezade y con la cómplice traducción de Nehad Bebars,
el autor nos deja siempre con la miel en los labios para seguir escuchando el
relato de sus seres queridos, muertos que no aparecieron en la prensa, pero que
quedarán en nuestra memoria gracias a Los jardines del presidente.
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Autor: Muhsin
Al-Ramli. Traductor: Nehad Bebars. Título: Los jardines del presidente. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
https://www.zendalibros.com/dejad-que-irak-vea-la-luna/